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VÍCTOR Y SU CANTABRIA

 

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A   1.143 METROS SOBRE EL NIVEL DEL MAR

COTILLOS

TECHO DE CANTABRIA

En Cotillos, cumbre habilitada de Cantabria y reserva de paz salubre a 1.143 sobre el nivel del mar, se presenta lo irreversible de la decadencia. Este pueblo del Valle  de Polaciones ya sólo enriquece el censo regional con catorce habitantes, dueños de una notable media de edad. Hubo un tiempo en que los octogenarios Pedro Caloca y su esposa, Encarnación Lamadrid, conocieron hasta dieciocho casas ocupadas. Los ancianos matrimonios del lugar, muy noble gente, han sido cómo sus apéndices generacionales apostaron inevitablemente por la emigración. Hijos, nietos y bisnietos vuelven de vacaciones a oxigenarse y, quizá a reconciliarse con un paisaje de montaña perdido en la infancia.

Mediados el siglo XIX, Pascual Madoz describia sólidamente Cotillos como -terreno de mediana calidad, fertilizado por las aguas de un arroyo formado de una fuente que nace en las inmediadiones del pueblo. Nada de ello ha cambiado con el paso de las décadas. La Naturaleza no ha admitido retoques humanos, y ha sido Cotillos el que se ha deshumanizado. La merma inexorable de vecinos redujo lo que antes fueron largas familias a parejas, cuando menos, cincuentenarias. Además de los citados Pedro  y Encarnación, viven cinco familias: Segundo y Angeles Fernández, de cincuenta y cinco  y cincuenta años; Pepe Gómez y Paula Robledo, de sesenta y dos y cincuenta y seis años ; Esperanza Miguel, de ochenta y siete años, y su sexagenaria hija, Carmen González; Manuela Caloca, de ochenta y un años, y su hijo, José Torre, así como el matrimonio compuesto por Andres Robledo y Rosario Torre, de cincuenta y nueve y sesenta años. Un pensionista soltero, Domingo Gómez, "va y viene", informan los lugareños.

Respecto al testigo escrito del "MADOZ", la realidad de Cotillos es muy otra. Las patatas, maíz y buenos pastos de antaño permanecen con igual calidad hoy,pero sin explotar. La cria de ganado vacuno, lanar, cabrio y algún caballar,que cita el diccionario decimonónico, están actualmente bajo minimos. Aunque la cabaña local aún mantiene un centenar de vacas, sesenta ovejas y no más allá de una docena de cabras. Prácticamente, resulta una ensoñación el dato revelador de la construcción de carruajes, en 1850, que se exportanban con éxito y rentabilidad a Castilla. Un hecho histórico, ése al que el tiempo ha distanciado en el olvido.

A Cotillos se llega, desde Pejanda, por un camino bacheado en el que la vegetación y la incurria han hecho presa. El testimonio vecinal habla impreciso de la década de los 70 como fecha de trazado de esta modesta carretera. Desde entonces el piso se ha degradado paulatinamente y nadie ha puesto remedio. Tienen oido en el pueblo que "había una subvención de cinco millones de pesetas para repararla". A partir de  la primavera de 1985, bien recientemente, dejó de ser una odisea el viaje a Santander. Durante muchos lustros, los moradores del techo habitado de Cantabria tenian que arrojarse de la cama a las cinco de la mañana, cubrir un kilómetro  campo a través y alcanzar Pejanda con el tiempo justo para introducirse en el autobús, que partía a las seis y media, para empalmar con el tren en Cabezón de la Sal y seguir ferroviariamente hasta la capital.Si el horario era respetado por los diversos métodos de transporte, podía regresarse a casa antes de la medianoche. La gran noticia recorrió de inmediato Cotillos; la línea de autobuses ya hacia el desplazamiento sin escalas hasta Santander, desde Pejanda.

La gente de Cotillos encaja meritoriamente en la definición de ciudadania sin dobleces. Los pliegues de su carácter son minimos y la amabilidad es máxima. Probablemente, a causa de la drástica escasez de visitantes durante gran parte del año, mueve a los lugareños a rendir generosa pleitesia a los viajeros de paso. Sin embargo, su propia morfologia induce a lamentar que hayan mantenido tradicionalmente una dieta desequilibrada. Una alimentación raramente rica en pescados y frutas, demasiado abundante en grasas animales y lácteas, agravada por el brutal influjo de las heladas y la niebla, ha hecho que casi todos los vecinos, coincidiendo con la edad de jubilación, se encuentren bajo la "dictadura" corporal del reúma. El "MADOZ" queda desmentido nuevamente "Cotillos tiene un clima sano, pues no se conocen más enfermedades comunes que algunos constipados y dolores de costado"

RESTAURAR LA ERMITA DE

SAN MIGUEL

En casi todas las cocinas de Cotillos puede contemplarse un grueso rosario con las cuentas de madera que, además de servir a la común práctica piadosa, resulta un elemento decorativo de la estancia rural. Los vecinos tienen un despertador comun siempre que el celaje esté libre de sombras el sol que surge puntualmente por encima de Sejos y el Alto Campóo. Las praderías son, según definición atinada de un periodista cántabro, más vistosas que nutrientes. Pico Milano, a la derecha; Peña Labra en frente y Tres Mares, majestuoso con sus 2.175 metros, más al fondo dibujan contornos balsámicos de montaña.

La radicación de Cotillos está condicionada, geograficamente, por los pueblos de Belmonte, al Norte; Lamedo, al Este; Salceda, al Sur, y Santa Eulalia, al Oeste. El más lejano de los citados apenas dista media legua.

No queda un solo niño en el pueblo. La savia juvenil tiene única representación en Paulina Gómez, hija de Pepe Gómez y Paula Robledo, de paso por los dieciocho años. Tomar el ligero hatillo y servir en Santander es el horizonte laboral más despejado de la chica. A su madre, Paula, le sobra conversación enjundiosa y arrestos cristianos. Hace poco meses, Paula se armo de decisión y limpió la ermita de San Miguel de veinticinco cargas de escombro, ayudada por una bestia de tiro. " A ver si alguien restaura definitivamente esta capilla", es su deseo reiterado. Los santos que la presidían, San Miguel y la Purisima, tallados en alisa y castaños, guardan paciente exilio en la casona de Manuela Caloca. No pecan de irreverencia con haber sacado a la pareja de reliquias de un lugar sacro. Tal vez era el cobijo menos aconsejable.

"tenemos de to", es un comentario extendido. El consumo doméstico está bien surtido por las pequeñas huertas contiguas a las casas. Nunca se ha conocido escuela pública. El teléfono es novedad en Cotillos desde 1975. El

agua escasea en verano. La corriente eléctrica es aceptable "Un señor de Madrid  vino una vez pidiendo el voto", aseguran tras echar a andar la memoria " la té" de Peña Labra les priva al futuro. Los que permanecieron fieles al ancestro y rechazaron las tentaciones del desarrollismo industrial, reconocen que ahora viven mucho mejor que en su juventud trabajosa. En cada casa, por modesta que sea, circula el agua caliente. Quedaron atrás los tiempos, no demasiados lejanos, en que un ternero de ocho meses valia 10.000 pesetas, acaso seis veces menos que en la actualidad. Se han diluido las épocas rentables en las que los mozos y hombres de Cotillos prestaban sus brazos a los fornidos tronzadores de bosques en Vizcaya o Burgos.

Pepe Gómez, testigo fiel de los caprichosos destinos de la vecindad, es capaz de sumergirse melancólico entre la melodia del rabel y entonar con menos destreza la letra popular del cancionero: "Poblaciones,buena tierra; Poblaciones, buena tierra; pero nieva de continuo,el que no mata el "lichón", tampoco come tocinu....". Sin necesidad de consultar tablas estadisticas, se puede afirmar que las nieves altaneras de la canción no son hoy de la misma envergadura. El añoso Pedro Caloca sabe bien lo que era entrar a casa por la ventana cuando la acumulación del poético elemento superaba los tres metros de altura. Ultimamente, los inviernos se liquidan , en su mayor crudeza, con sólo metro y medio de espesor.

La caza es la misma que han conocido los miembros de las últimas generaciones, descrita por MADOZ como abundante en lobos, zorros y liebres. El pintoresquismo comarcal no se asiente exclusivamente en el paisaje, sino en much o comercials aspectos de la existencia de la propia comunidad. El más inmediato buzón de correos lo tienen a cinco kilómetros. El panadero, que enciende su horno a veinte minutos de furgoneta, solo acude a repartir dos veces por semana. No hay noticias de que el frutero frecuente este hermoso tejado de Cantabria con mayor cadencia y el carnicero procede de las cercanas tierras de Palencia. En Aguilar y Cervera hacen buena parte de su vida comercial. Y a Potes acuden las pocas "mujerucas" con ánimo de regatear en el mercado de viandas.

 

texto de Jesús Delgado